¿Qué triste y penosa es la vida del empleado nacional, obligado a concurrir todos los días hábiles a la oficina a una hora determinada! Y si por casualidad se retrasa una hora o dos, ya el jefe de la repartición le está amonestando con frases más o menos parecidas a estas: "Cuando quiera usted faltar, avise; porque no puedo pasar sin el te que usted hace preparar tan bien, amigo Fernández". Por fortuna esa vida de trabajo y labor infatigable tiene su compensación el día de cobro.
Una repartición nacional es algo curioso. En ella se ven los tipos más originales que encontraron ubicación en el casillero presupuestivo, gracias a las distinguidas cuñas del diputado Fulano o del senador Mengano.
Ahí hay de todo, desde el provinciano que en su tierra resultó genio, porque improvisaba discursos en verso, hasta el poeta más distinguido de nuestras frondas chaqueñas, y como la mayoría de los empleados ejerce esa profesión por hacer algo, distrae su aburrimiento de la manera más singular del mundo. Por ejemplo el empleado Fernández que es un mozo que hace versos maquinalmente, es decir, que los escribe a máquina, y que es el encargado de atender al público que corresponde a la ventanilla, se pasa el día haciendo acrósticos a todas las niñas de su barrio, y como deseara conseguir un ascenso ha puesto en versos endecasílabos el último decreto de González.
Fuente: Caras y caretas 1905 8(331)
Texto: Goyo Cuello
Ilustrador: Arnó
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