Otra vez, Fernández, tomado seriamente para la butifarra por sus compañeros dirigidos por Pérez, recibe con toda solemnidad al ordenanza del ministro, portador de una nota concediéndole un empleo de confianza. Se trata, sencillamente, del "cuento del ascenso", urdido con literatura y caligrafía de las alturas, y que tan bien conocen algunos habitantes de la Casa Rosada donde abundan los artistas de la materia y las víctimas ilustres de esta bella manera de matar el tiempo y la vanidad del prójimo burócrata.
No son estos unicamente los que podrían llamarse juegos burocráticos y que no merecen el calificativo de inconvenientes, por cuanto ni el honor del apellido ni la tranquilidad del hogar se hallan en juego: el estado, que es en resumidas cuentas el que saldría perdiendo, sino fuese solo un ente de imaginación, no es un honor ni un hogar.
A propósito de estas proposiciones, Pérez y Fernández -que son mozos de provecho y que no tendrán una estatua como Malaver nada más que porque en su patriotismo no han querido sobrepujar la fama de ningún jurisconsulto- sostienen unas cuantas toneladas de teorías que dejarían asombrado al propio doctor Ingenieros, el más teórico y el más premiado de nuestros amigos. No las haremos públicas: los despechados, los vencidos asegurarían que eran (las teorías) un comistrajo una ensalada de cosas dichas o apuntadas por el gran admirador de si mismo, que consiguió con "Más allá del bien y del mal" que muchos otros fueran de igual opinión en la que se refiere al poder administrativo.
Pero no divaguemos, como decían Pérez Escrich y el doctor Joaquín V. González, los dos hombres más afectos a las divagaciones que han existido en el viejo y el nuevo mundo.
Volvamos a los juegos de la administración pública, sin aludir a los de manos que tuvieron como escenario la oficina de contribución. Entre los tantas veces repetidos juegos, figura uno -ideado no sabemos por quien en el ministerio del interior- que tiene médula y es digno de contarse "no con ruda zampoña, sino con lira grave".
Consiste en esto. Un individuo solicita un empleo. Se consulta el "vademecum" ad-hoc, y si resulta votante del doctor Quintana se le acepta. "E si non, non". El juego, según puede advertirse es ingeniosísimo.
A juzgar por las muestras que preceden, cualquiera creería que no existen los empleados probos y trabajadores; pero debemos asegurar que se engañan los que tal piensan existen, sí, pero ... no ganan arriba de ochocientos pesos!
Fuente: Caras y caretas 1905 8(331)
Texto: Goyo Cuello
Ilustrador: Arnó
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