En septiembre de 1904 se realizó el censo de la ciudad de Buenos Aires.
En los conventillos se ha levantado el censo a fuerza de empujones. La chiquilinada que abunda en todos esos conglomerados de gente, de toda laya y estatura, entorpecía en ellos la acción de los empadronadores que tuvieron la mala estrella allí, lápiz y boletas en ristre ... ¡Y tan luego a pedir ciertos datos, cuando en la mayoría de los casos ni el mismo interesado los conoce!
-¿Es usted casada o viuda?- preguntaba un empleado a una chinita retacona.
-Pues ahí verá, señor: ni l' uno, ni l' otro.
En la tierra del fuego, se multiplicaron hasta el cansancio las dudas de este calibre. Se censaron la friolera de 1581 atorrantes, que vven tan a sus anchas entre los montones de basuras, y estamos segurosw de que entre todos ellos no habrán reunido los datos necesarios para llenar los blancos de una sola boleta personal.
-Diga don ... ¿cómo se llama?- pregunta dirigida al socarrón dueño de un chalet construído con latas de kerosene y adornos de cajas de conservas, púsole tan fuera de sí, que mandó al censista ... al otro lado del municipio.
El sr. Juan Dilarregui se negó rotundamente a facilitar el menor dato que tuviera algo que ver con su persona. Intervino la policía, el presidente del censo ... y nada, se le hizo saber la multa en que incurría, y ... tampoco. Y, efectivamente, el señor Dilarregui, es elúnico habitante que no figura en el mapa.
Fuente: Caras y caretas 1904 7(312)
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