jueves, 17 de noviembre de 2011

La muerte de Saravia


Hay personas que por sus acciones, por su carisma, se convierten en mito y se crea en la imaginación popular hechos que no existieron. Parece que Aparicio Saravia fue una de estas personas, y ante el estupor de su muerte repentina han recreado su momento final. Algunos de los que combatieron con él en Cuchilla Negra han visto o creído ver a Saravia como personaje único, saliente, mostrándose a lo lejos entre los claros de las humaredas que dejaban al disiparse sembrado el campo de cadáveres y heridos.



Otros, que estuvieron en los puntos avanzados durante los momentos de entrevero, refirieron cómo, al notar detrás de las guerrillas nacionalistas el incesante ir y venir de un jinete que resultó luego ser el propio Saravia, le dirigieron las bocas de los fusiles hasta que una de los centenares, miles tal vez de balas que silbaran en torno de su persona, dio con él en tierra ... y para siempre.


Por su parte los testigos presenciales, su ayudante Juan Gualberto Urtiaga y su hijo Mauro Saravia han referido de otra manera los hechos. A la caída de la tarde, el 1º de setiembre, cuando la lucha era más encarnizada, y los grupos tanto se habían aproximado que se combatía en algunos puntos cuerpo a cuerpo, Aparicio, intrépido, dando prueba de un temerario arrojo, determinó recorrer las líneas, yendo allí donde el peligro era mayor para dar ánimo a sus soldados y alentar a los débiles o a los que flaqueaban, amenazando servir de desastroso ejemplo a sus compañeros.
En uno de esos momentos, llególe una bala ... Por dos veces había sido herido su caballo y muchos de los que le acompañaban habían caído ya.
Al sentirse herido impuso silencio a su ayudante y a su hijo, tratando de ocultarse de sus soldados. Su entereza fue doblegada sin embargo y exánime casi, no pudiendo sostenerse en pie que trasladarle en un poncho hasta el parque y de allí en una jardinera a la casa de la señora Luisa Pereira, donde desde ese día hasta el 10 en que ocurrió el fallecimiento a las 1.35 de la tarde, fue objeto de los más asiduos cuidades, asistiéndole el doctor Lussich. Al siguiente día del combate aun dispuso con sus compañeros cómo debería continuar la batalla. Y dos antes de morir, hizo que le afeitaran y perfumaran ...











Fuente: Caras y caretas 1904 7(313)

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