En el norte argentino encontramos un arbol que no pasa de cuatro o cinco metros, es originario del Brasil, Paraguay y Misiones, pero lo encontramos también en Tucumán, Santiago del Estero y Chaco.
Su madera de color verdoso se utiliza para la fabricación de cucharas, cabos de herramientas, etc.
Su nombre científico es "Tabebuia nodosa" (esp. bignoniáceas), pero su nombre vulgar varía. Así en Catamarca es designado Palo Cruz; Toro-ratay, en Santa Fe; Yaguá-ratay, en el Chaco; Niñaj o Huiñaj, en Santiago del Estero.
Es un verdadero barómetro. En cualquier época del año abre sus flores amarillas, dos o tres, cuando está por llover.
Una leyenda del nacimiento de esta original especie:
-Mbáapo, mbáapó (trabajar, trabajar) es la ley del pobre- le repetía siempre su buena madrecita. Sí, mbáapó ... Pero la orden que le había dado ese día su patrón era terrible de cumplir. Ir solo a la caá-guazú (gran selva), a cortar unos árboles tiernos. ¿Y si aparecía el genio de la selva?
Debía internarse por primera vez en la caá-guazú ... Pero, de no cumplir la orden quedaría sin trabajo. ¿Y su sí (madre)? El nembiajhi (hambre), rondaría su casa.
Hubiera preferido ir a arrancar piedras al cerro, donde el diablo canta. Pero .. ¿enfrentarse con el genio de la selva? ...
Pensó en su madre nuevamente; recordó sus resá (ojos) tristes y cansados, pero que siempre tenían una luz cariñosa para su cunimí (muchacho). Y para darse valor repitió varias veces:
-Ayapó coichá (Así lo haré).
Y su corazón de hijo le aconsejaba:
-Egüatá, egüatá. (Andá, andá)
Internóse en la caá-guazú y cortó un arbolillo, luego otro y otro. Siempre la voz filial lo alentaba:
-Egüatá, egüatá. (Andá, andá)
De pronto notó que el Cuarají (el Sol) no iluminaba ya la selva. Miró en torno suyo y se vio rodeado de enormes troncos sin ramas ni hojas, que iban estrechando más y más el círculo a su alrededor. Lo comprimían, lo ahogaban ...
Su corazón latía descompasadamente ... Lanzó un grito:
-Aháse voi ... (quiero irme pronto)- cortado por un sollozo de niño con miedo. No era otra cosa el pobre cunimí (niño) a quien la vida obligó a olvidarse de juegos y travesuras.
La empalizada trágica le respondió:
-Caárubé ... Caárubé ... (más tarde ... más tarde ...)
Vencido por la fatiga, paralizado por el terror, sin atinar a nada, repetía insistentemente, con voz cada vez más débil :
-Aháse voí ... (quiero irme pronto).
En esto sopló un terrible vendaval, se oscureció más aún la selva y una voz profética le dijo:
-Nde piré ndé noéne. (Tu piel te enseñará).
Los troncos estrecharon más aún sus filas, comprimiendo cada vez con mayor fuerza su teté (cuerpo) de niño. Sus pies se hundieron en la tierra húmeda. Sus brazos alargáronse, transformados en ramas, y sus cabellos, creciendo también, se trocaron en verdes y nerviosas hojas.
La empalizada trágica, como un criminal que ha terminado su obra maligna y destructora, se alejó sigilosamente. Sólo quedó en el lugar un arbolito que, al mover el viento sus hojas, parece repetir:
-Aháse voí ... (quiero irme pronto)-, como un lamento, como una imploración quejumbrosa y triste, con ese acento propio del niño que ruega, que suplica, convencido de su debilidad ante el más fuerte.
Así, ciega e injustamente, el celoso genio del bosque hizo caer su maldición sobre el inocente cunimi, dejando impune al verdadero culpable, al que le dio la orden, al que lo obligó a elegir entre desafiar su ira o perder su trabajo, el trabajo que representaba la subsistencia y la tranquilidad de la madre.
Los leñadores procuran no dañar las tiernas ramas, evitan que los arboles al caer bajo sus hachas los lastimen. El pequeño arbol, para retribuir ese amoroso cuidado de los rudos leñadores, les anuncia la lluvia torrencial, la tormenta. Y llora, llora pétalos amarillos ... pues sólo sabe llorar.
Su lluvia de pétalos amarillos es señal segura de tormenta. Un modo de rogar a los suyos que vuelvan a sus casas.
Fuente: Villafañe Casal, M. Salinas y lluvia. En: Revista Geográfica Americana 1945 23(141)
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