Las Jhesai (lágrimas) de Kalila
Al compás de la música que arrancan los jóvenes guaraníes de sus rústicos instrumentos, las doncellas indias cantan y bailan en las cercanías del Iberá. Tejen coronas de bellas flores para adornar al caraí (hombre) de su preferencia.
Entre todos ellos destácase Aimará, cuyo gozo mayor es hacerse amar. Con los sones melodiosos de su flauta embrujada descubre una vida nueva a las jóvenes vírgenes. Emborayú (el amorcillo indio) lo protege y le ha dado el payé (amuleto) para cautivar a la cuñataí (joven mujer).
Al terminar las danzas, Aimará monta en un fantástico animal con cola de zorro y patas de tigre, perdiéndose sobre su extraña cabalgadura en lo más espeso de la selva.
Kalila, a quien llaman Eíra (miel) por la dulce mirada de sus enormes ojos negros, quédase escuchando las últimas notas de despedida de Aimará, hasta que se pierde su eco en la espesura de la fronda.
Con verdadera pasión ama ella a ese ser misterioso. Y como el que mucho ama mucho desea, llega un momento que no puede conformarse con las fugaces visitas del protegido de Emborayú. Dispuesta está a vivir siempre a su lado o terminar con su vida. Para esto prepara una flecha envenenada. Sigue las huellas del animal de cola de zorro y patas de tigre. Guiada por los sones de una canción bien conocida, llega a la orilla de la laguna Iberá. Alli encuentra a Aimará.
Terrible es la visión que surge ante ella. Una mujer blanca está en sus brazos. La doncella, a quien llaman Eíra por la dulce mirada de sus ojos negros, siente nacer en su interior un impulso irreprimible y desconocido: un arranque de celos. Y arroja la flecha envenenada contra los amantes. Atraviesa ésta sus cuerpos y, unida la pareja se hunde en las aguas del Iberá. La laguna, embravecida, levanta un gran oleaje.
Desde entonces las lluvias de la Iberá llegan acompañadas de arañaró (cielo enojado). La centella y el rayo iluminan las aguas de la laguna, que se levantan como si fueran empujadas desde el fondo.
Es que se renueva la tragedia. La mujer blanca se convierte en lobo dañino. Kalila acompañada por el canto de Aimará, recorre la selva, los esteros, los campos. Vuela en alas de las ára-bí (nubes), que anuncian la próxima lluvia al dejar caer las primeras gotas. Estas son las jehsaí (lágrimas) de la infeliz india, que, cegada por los celos, no pensó que su mirada más dulce que la aira era la mejor arma para vencer a la mujer blanca y salvar su amor.
La cuñataí (joven mujer) guaraní, cuando caen sobre su piel morena las primeras gotas de lluvia, siente sensación agradable, un placer sin igual.
De cara al cielo, otea las ára-bí, para descubrir la silueta de Kalila o el rostro de Amairá, el amado ideal con que sueñan todas las doncellas guaraníes.
Fuente: Villafañe Casal, M. Salinas y lluvia. En: Revista Geográfica Americana 1945 23(141)
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