viernes, 26 de agosto de 2011

La medicina en la Conquista del Desierto

Casi toda la fauna silvestre del desierto era devorada con fruición. El peludo, la liebre, la vizcacha, venados y perdices, constituían un manjar apetecido en momentos críticos. El estómago del avestruz reducido a polvo se indicaba para equilibrar desórdenes digestivos.Su principio "activo" (la pepsina) generó un activo comercio; los aborígenes lo cambiaban por ro, en base al prestigio medicinal de que gozaba el producto. Decía Ebelot: "La carne de avestruz tiene un olor de aceite rancio y un husmillo salvaje no desprovistos de originalidad, que recuerdan la cocina de las fondas españolas. Su sabor se combina bastante bien con la acritud del ají colorado, que molido con sal y formando tabletas, es el condimento favorito de los paladares más finos de la pampa". No menos codiciados eran los huevos del ave, plato nutritivo integral, con todas las prerrogativas de un régimen para combatir la obesidad. La sal se usó siempre y era tomada de las salinas existentes, aunque también era adquirida en los boliches fronterizos, donde los vivanderos expoliaban a su obligada clientela.
En cuarteles eran servidas cotidianamente galletas, maíz cocido y tortas de harina amasadas. La dieta en cuestión no siempre era bien tolerada y solía provocar severos malestares gastrointestinales. La harina se freía en grasa de caballo, acompañada te pampa o tomillo; y a falta de azúcar se buscaban panales o camoatíes para extraer la rústica miel de avispas. Un buen puchero se hacía con trozos de cuero de vaca hervidos, el yuyo llamado lengua de vaca y papas conocidas con el nombre de macachines. El ingenio era exaltado por el hambre y fuerte instinto de supervivencia; los recursos se buscaban a ultranza en medio de una aridez supina.
Opinaba Benjamín Araoz que la alimentación mal combinada es causa de muchas enfermedades y ratificaba la acción negativa de las dispepsias sobre el bienestar espiritual y la armonía funcional de los grandes sistemas del organismo. Este médico escribía en su tesis doctoral: "La buena digestión es el calmante por excelencia; ella suaviza el carácter, ordena las costumbres y perfecciona al hombre como elemento social. Así lo disponen las misteriosas evoluciones de nuestro ser, y la medicina moderna, al estudiar sus fenómenos, explica científicamente la verdad contenida en el apotegma pintoresco de Sancho".
Años más tarde, Carlos P. Berri destacaba que el aprovisionamiento correcto tiene una gran importancia en las tropas de campaña, en razón de que su calidad y cantidad pueden, por sí solas, contrarrestar los efectos del mayor trabajo exigido. Berri aconsejaba el uso de víveres frescos y sostenía que el agua natural es de capital importancia para mantener la buena salud de los ejércitos en actividad operacional (1).
En la cocina criolla el uso de verduras frescas es raro. Alguna que otra legumbre aparecía en las guarniciones fronterizas, pero no en los fortines, donde la carencia era absoluta por falta de proveedores. A pesar de prudentes insinuaciones, sólo arroz, fariña, harina de trigo, porotos o garbanzos se suministraban continuamente. Durante la construcción de la zanja de Alsina, en 1876, el ingeniero Ebelot planeó la creación de cuatro chacras en los puntos claves de la línea para el autoabastecimiento de verduras.

(1) Benjamín F. Araoz. La ración del marinero en la escuadra Argentina, Buenos Aires, Imprenta Europea, 1890, pág. 10.

Fuente: Guerrino, A. (1984) La medicina en la conquista del desierto.


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