Las carnes ovinas hastiaban en los casos de provisión normal y por ahí circuló una ingeniosa cuarteta satirizando al coronel Gorordo, aficionado al cordero o compelido a respetar una situación inevitable, emanada de duras contingencias en la economía de cuartel. Dicen que Estanislao del Campo con su proverbial fecundia pergeñó la rítmica composición, difundida con celeridad en fortines y campamentos. Evidentemente, las bromas cundían, como ataráxicos que elevaba el tono espiritual, deteriorado por la impiedad climática y la incertidumbre ante agresiones inesperadas.
El guanaco no cansaba el paladar. Su carne flaca, de color rosado, era ingerida fresca o charqueada, y a menudo se la mezclaba con grasa avestruz. En algunos casos se atrapaba al puma, para saciar el hambre cuando no había otra cosa. El indio comía las vísceras crudas (carruteo), siendo de su preferencia el bofe, el corazón, la pella y la sangre de muchos animales. Esta modalidad tiene remotos antecedentes en los pueblos del Extremo Oriente, especialmente en China. Allí creían que ciertos órganos poseían una parte importante de esencia vital y por tanto, pulmones, testículos e hígado eran considerados muy eficaces; habitualmente los luchadores bebían la sangre o consumían el hígado del tigre para aumentar su valor en el combate (1).
Cuando el cacique Tripailao celebró su duodécimo matrimonio, en el banquete se presentaron como grandes manjares picana de caballo, matambres al asador, potro asado con cuero, alones de avestruz churrasqueados y sangre de yegua gelatinada cortada en pancitos. La ceremonia duró tres días, durante los cuales el alcohol corrió raudamente en medio del orgiástico festín. El anfitrión ofreció a los comensales lo mejor de su cocina en un despliegue de megalomanía y para atemperar una bulimia monstruosa, Sodoma y Gomorra se proyectaban en aquellas bacanales estruendosas enmarcadas por el cielo y la llanura.
Guillermo A. Herrera cuenta, en su documentado libro Caciques y capitanejos en la historia argentina, haber conocido a don Guillermo Uriarte -un criollo con ascendencia ranquelina nacido en 1890-, quien eel año 1940 todavía conservaba el hábito de beber sangre caliente de yeguarizo recién carneado, remedando costumbres dietéticas de sus ancestro.
El cronista Alonso de Ovalle (cuyos trabajos fueron editados en 1646) nos indica que los indios de la pampa no eran agricultores, "no siembran por ser la tierra estéril y de arenales y los soles tan fervientes", recalcando "que se pasan los días con solo un poco de maíz". Su alimentación común provenía del reino vegetal y consistía en "raíces de yerbas que se nacen en el campo". Los habitantes del sur de Mendoza y norte de Neuquén, al decir de Mariño de Lovera, se mantenían "de piñones sacados de unas pilas de diferentes hechuras y calidad, así ellas como sus árboles. Y es tan grande el número que hay de estos árboles en todos aquellos sotos y bosques que bastan para dar suficiente provisión a toda aquella gente, que es innumerable, tanto que de ellos hacen el pan, el vino y los guisados y por ser la principal cosecha a cierto tiempo del año, tienen grandes silos hechos debajo de la tierra, donde guardan los piñones". En cuanto a los araucanos, también de acuerdo al informe de Ovalle, comían maíz cocido (mote), los manzanos ácidos, el muchi (fruto pequeño con sabor a corteza de limón), elaboraban la mazamorra de quinoa, gustaban del aguardiente y sus principales platos consistían en carne de caballo y avestruz.
(1)El indio del Desierto gustaba de la carne de caballo. Destinaba al consumo los animales de escasa resistencia y, como anota Ebelot, ponía la hipofagia al servicio de la selección. Para los indígenas ancianos y carentes de buena dentadura,se buscaban los nonatos procedentes de yeguas preñadas.
Fuente: Guerrino, A. (1984) La medicina en la conquista del desierto.
El guanaco no cansaba el paladar. Su carne flaca, de color rosado, era ingerida fresca o charqueada, y a menudo se la mezclaba con grasa avestruz. En algunos casos se atrapaba al puma, para saciar el hambre cuando no había otra cosa. El indio comía las vísceras crudas (carruteo), siendo de su preferencia el bofe, el corazón, la pella y la sangre de muchos animales. Esta modalidad tiene remotos antecedentes en los pueblos del Extremo Oriente, especialmente en China. Allí creían que ciertos órganos poseían una parte importante de esencia vital y por tanto, pulmones, testículos e hígado eran considerados muy eficaces; habitualmente los luchadores bebían la sangre o consumían el hígado del tigre para aumentar su valor en el combate (1).
Cuando el cacique Tripailao celebró su duodécimo matrimonio, en el banquete se presentaron como grandes manjares picana de caballo, matambres al asador, potro asado con cuero, alones de avestruz churrasqueados y sangre de yegua gelatinada cortada en pancitos. La ceremonia duró tres días, durante los cuales el alcohol corrió raudamente en medio del orgiástico festín. El anfitrión ofreció a los comensales lo mejor de su cocina en un despliegue de megalomanía y para atemperar una bulimia monstruosa, Sodoma y Gomorra se proyectaban en aquellas bacanales estruendosas enmarcadas por el cielo y la llanura.
Guillermo A. Herrera cuenta, en su documentado libro Caciques y capitanejos en la historia argentina, haber conocido a don Guillermo Uriarte -un criollo con ascendencia ranquelina nacido en 1890-, quien eel año 1940 todavía conservaba el hábito de beber sangre caliente de yeguarizo recién carneado, remedando costumbres dietéticas de sus ancestro.
El cronista Alonso de Ovalle (cuyos trabajos fueron editados en 1646) nos indica que los indios de la pampa no eran agricultores, "no siembran por ser la tierra estéril y de arenales y los soles tan fervientes", recalcando "que se pasan los días con solo un poco de maíz". Su alimentación común provenía del reino vegetal y consistía en "raíces de yerbas que se nacen en el campo". Los habitantes del sur de Mendoza y norte de Neuquén, al decir de Mariño de Lovera, se mantenían "de piñones sacados de unas pilas de diferentes hechuras y calidad, así ellas como sus árboles. Y es tan grande el número que hay de estos árboles en todos aquellos sotos y bosques que bastan para dar suficiente provisión a toda aquella gente, que es innumerable, tanto que de ellos hacen el pan, el vino y los guisados y por ser la principal cosecha a cierto tiempo del año, tienen grandes silos hechos debajo de la tierra, donde guardan los piñones". En cuanto a los araucanos, también de acuerdo al informe de Ovalle, comían maíz cocido (mote), los manzanos ácidos, el muchi (fruto pequeño con sabor a corteza de limón), elaboraban la mazamorra de quinoa, gustaban del aguardiente y sus principales platos consistían en carne de caballo y avestruz.
(1)El indio del Desierto gustaba de la carne de caballo. Destinaba al consumo los animales de escasa resistencia y, como anota Ebelot, ponía la hipofagia al servicio de la selección. Para los indígenas ancianos y carentes de buena dentadura,se buscaban los nonatos procedentes de yeguas preñadas.
Fuente: Guerrino, A. (1984) La medicina en la conquista del desierto.
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