Siendo todavía muy joven, Vesalio, en París, junto con un grupo de estudiantes compañeros suyos, a quienes había contagiado el fuego de su entusiasmo por la anatomía, iba en busca de los huesos por los cementerios. En aquel entonces los ataúdes se hacían de maderas que se pudrían fácilmente, y como los cementerios se usaban siglo tras siglo sucedía, de vez en cuando, que una calavera, o un hueso de una pierna o un brazo aparecían en la superficie; todos recordaréis a Hamlet y la calavera que inspiraba sus soliloquios. Y tan a fondo estudió Vesalio los huesos que la suerte le deparaba que, con los ojos vendados, podía identificar a cada uno de ellos solamente por medio del tacto. Pero no se le presentaron oportunidades semejantes para estudiar los órganos del cuerpo humano, ni los músculos, los nervios o los vasos sanguíneos.
[Fuente: Haggard, H. (1941) El médico en la historia]
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