viernes, 30 de abril de 2010

La medicina en el siglo XV




El siglo catorce fue el de la muerte negra, el quince fue el de la manía del baile, el desorden emotivo más extravagante que ha podido jamás hacer presa de un grupo numeroso de seres humanos, preludio curioso de na época de contradicciones.
Gilles de Rais quería, según él mismo confesó, reponer su fortuna por medio de la magia y con la ayuda del diablo trataba de encontrar oro.
Siendo todavía muy joven heredó grandes posesiones en Bretaña, que había sido antes un gran dominio feudal, y su vida empezó bien, pues decidió unirse al rey de Francia en la guerra contra Inglaterra y, cuando Juana de Arco llevó los ejércitos a la victoria, él cabalgaba a su lado y en premio a su bravura lo hicieron mariscal de Francia. Cuando la guerra hubo terminado, Gilles regresó a Bretaña y allí vivía en el mayor esplendor, prodigando su fortuna en festejos públicos y diversiones para la gente de las cercanías; hasta que finalmente, cuando su fortuna estaba casi agotada, llamó en su ayuda a los alquimistas y hechiceros más famosos de aquel entonces, y en su castillo se llevaban a cabo ritos misteriosos con el propósito de descubrir la piedra filosofal.
Mientras tanto, en los alrededores del castillo, estaban ocurriendo una serie de desapariciones misteriosas de niños y niñas de cuatro, cinco, seis y siete años, que salían de sus casas para llevar el almuerzo a sus padres que trabajaban en el campo, o para llevar un recado a una hacienda vecina, y que no volvían más a sus hogares. Es posible que en aquel entonces, cuando lobos y jabalíes poblaban los bosques, no llamara la atención, de un modo general, la primera vez que tal cosa sucedía y hasta la segunda y la tercera pero, cuando las desapariciones se contaron por docenas y hasta por centenares, tras el dolor vino la desesperación y el terror. El país parecía estar embrujado, pues continuamente se advertía la desaparición de niños que sin ningún motivo aparente parecían desvanecerse como por encanto.
Pero hubo algo que la gente no dejó pasar inadvertido: siempre que tenía lugar una de estas desapariciones misteriosas, más o menos a la misma hora, habían pasado por allí cerca los hombres de a caballo del Barón de Rais; y se engendraron las sospechas contra el corpulento Mariscal de barba azulada, de tan negra como era. Se arrestó al Barón y, horriblemente mutilados, se hallaron los cuerpos de algunos de los niños desaparecidos; como salvajes, Gilles y sus hechiceros, habíanse entregados a orgías de sangre.
El Barón de Rais fue juzgado ante un tribunal eclesiástico por el delito de herejía y ante un tribunal civil por el asesinato; se le declaró doblemente culpable, se le excomulgó y se le condenó a la horca y a la hoguera. Gilles de Rais no demostró temor alguno ante la muerte, pero la excomunión, que significaba con certeza absoluta ir al infierno por toda la eternidad, lo dejó aterrorizado.
En el lugar donde murió Gilles de Rais, se erigió una urna y con el tiempo empezó a correr la leyenda de que tal urna poseía la virtud de hacer milagros. ¡Y las mujeres acudían a rezar a ella para tener leche abundante con que criar bien sus hijos!
La historia de Gilles de Rais pasó de una generación a otra y poco a poco se acabó por confundirla con la de otro monstruo, llamado Camorre el maldito, que vivió en el siglo seis; pero la barba azulada de Gilles quedó impresa en la memoria de la gente y la leyenda, más o menos corrompida, vino a para en el cuento de Barba Azul que escribió el francés Carlos Perrault, autor asimismo de la Cenicienta y la Bella Durmiente del bosque.
[Fuente: Haggard, H. (1941) El médico en la historia]

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