lunes, 12 de enero de 2009

Los argentinos discriminamos a las personas por su origen? (10)

Ahora retomemos el libro que originó esta serie de entradas: La italianización de la Argentina. En la primera parte del libro, el autor analiza las teorías de Le Bon y luego las aplica a la idiosincrasia pueblo español y del italiano, en la segunda parte del libro analiza el comportamiento y costumbres de los italianos en la Argentina.
La Argentina, que sólo los nativos de origen hispánico con ascendencia de generaciones acumuladas, conocemos y comprendemos, ha caído como la Roma de los Césares bajo una invasión devastadora ... Antigua Troya, se transforma ahora en una nueva Cartago. ¿Podremos decir entonces que nos civilizamos? Si la civilización consiste en rebajar el buen gusto, en destruir las cosas espirituales, en corromper las buenas costumbres para transformar todo eso en rapacidad, fraude y grosería y en el inmediatismo de las necesidades prosaicas y vulgares, diremos sí, que nos civilizamos. Pero si ella consiste en lo contrario, podemos decir que hemos retrocedido a peores épocas, que aquellas que dieron tema a Sarmiento para escribir su "Civilización y barbarie".
[...] La nivelación mental de esas gentes [italianos] es tan homogénea que han impreso a una vasta región de la república, la más rica, un sello típico, inconfundible. De nada han valido los largos ciclos de un trabajo asiduo y tenaz para establecer jerarquías o una gradación de cultura. El tipo de antaño persiste hasta la actualidad con un vigor indestructible, cristalizando la fisonomía única, sin variaciones, del primer inmigrante, como del último que llegó para incorporarse a esta falange que cruza la tierra hacia todos los puntos cardinales, con los surcos del suelo tibio pronto a recibir la semilla ubérrima, sin otra ambición que la de amontonar dineros, a través de una existencia tan ruda, que en nada se diferencia de la del buey que tira del arado.
[...] La campaña de Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires, está poblada así, en las zonas de influencia de los ferrocarriles, por un cosmopolitismo cuyo coeficiente cultural no puede ser más bajo. Pueblos y más pueblos, todos tienen el mismo sello, impreso por una mayoría italiana preponderante. Cuando en medio de los campos se percibe una posesión de cierto tono estético, es bien seguro que su dueño no es italiano. Se puede asegurar que lo es, cuando se ven esas casas cuadrangulares, bajas, sin ornamentos, con los muros desnudos de cal, sin simetría las arboledas ordinarias, sucios los patios, en desorden los objetos, en promiscuidad los animales, sin concierto las construcciones, sin confort los interiores, con mobiliarios toscos y escasos y predominando sobre ese pandemonium las costumbres palurdas de sus dueños.
[...]La ciudad de Rosario es el centro urbano más italianizado del país; asimismo es la ciudad más antiestética y más sucia de la República. Los argentinos habrán observado, sin duda, la metamorfósis operada a través de pocas décadas, por virtud de la cual todo ha pasado a manos de los italianos. Desde el clásico "barrendero" itálico, sempiterno huelguista, hasta el puesto público calificado, desde el vendedor ambulante, al alto comercio, bolsa, banca e industria, todo ha caído bajo su dominio, formando con las poblaciones circundantes y con las que se extienden a más de cientos de kilómetros sobre las líneas férreas, la "pequeña Italia" a que aspiran en el exterior los políticos de Roma. Es esta la situación verídica de la República Argentina; son éstos los beneficios de la cultura meteca.
Repetiremos una vez más que los italianos han venido al país cuando "todo estaba hecho"; que no han iniciado nada trascendente, capaz de marcar un hito original, o determinar el engrandecimiento notable de una rama cualquiera de nuestras riquezas.
Conozco densas zonas agrícolas del sur de Santa Fe y de Córdoba, "impenetrables" para quien no habla italiano o no es italiano. Las poblaciones tienen un sello típico. En las chacras, basta el aspecto o la suposición de que el visitante no es italiano, para que sea recibido con hostiles reservas, produciéndonos la sensación de que nos encontramos en un país extranjero.
En Santa Fe los italianos han llegado a propiciar "colectivamente" una candidatura al gobierno de la provincia con un éxito sorprendente. En los preliminares de la elección de 1920, aparecieron en Rosario carteles de propaganda política que decían: "Todos los italianos deben votar la fórmula Mosca-Ferrarotti", fórmula que resultó triunfante.
Y es pequeña cosa aquella por la cual el gobierno de Santa Fe, para satisfacer los deseos de la burguesía fascista italiana, predominante en la ciudad de Rosario, niega reiteradamente al Partido Socialista el derecho de congregarse en público para protestar por el asesinato del señor Matteoti, transgrediendo así uno de los más sagrados derechos acordados al pueblo por la Constitución. [...]
Fuente: Maciel, C. (1924). La italianización de la Argentina.

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