domingo, 3 de julio de 2011

El frio de Buenos Aires en 1904

La indiscreción del frío no tiene límites, lo mismo roza la epidermis del rico que la del pobre, y sin distinción de antagonismos políticcos igual se cuela en casa de Avellaneda que en la de Quintana, helando, hasta el caluroso programa de gobierno de nuestro futuro presidente. Se le ahuyenta de todas partes, apelando al ejercicio, a la danza y a la calefacción, pero el frío, vengativo como cualquier traidor de melodrama, hace como que se va y vuelve.
Los reumáticos, asmáticos y los que tienen el órgano respiratorio con el registro a la miseria, son las víctimas preferidas de este gélido caballero, y aun que cubran sus humanidades con barrigueras, pectorales y rodilleras de lana, no se libran de rendirle tributo con algunos ¡achís! intempestivos.



Asu paso por las calles, las narices más atrevidas, amoratadas parecen batatas de uso doméstico y tanto andan los pañuelos que aumenta su volumen y amenazan convertirse en comprometedora eminencia. El vigilante, para librarse del congelador enemigo que se viene encima, se prende al clásico malambo, mientras el viandante para entrar en reacción da carta de ciudadanía al kake-walk.


De noche la gente se refugia en los teatros donde cómodamente arrellenados y blindados contra el frío, ecuchan los gorgoritos de una tiple y admiran las pantorrillas de varias terminando por hacerlas una ovación calurosa.





En los hogares se pasa apaciblemente la velada jugando a la lotería no empleándose más calefacción que la muy humana tertulia.


En casas donde se dispone de estufa o calorífero, la familia accurrucada al calor de la lumbre comenta con frialdad la partida de González y Cívit para La Rioja.



Las guardias nocturnas de las comisarías, de los cuarteles y de la Asistencia pública, se ven y se desean para proveerse de calor, teniendo que recurrir a veces a falta de otro combustible, al ron o la ginebra.


A la madrugada, se ven ateridos de frío, refugiados en el quicio de una puerta, a los vendedores de diarios, en su mayoría pobres huérfanos, a los que les falta hasta el calor de una madre.



Todos temen al frío, todos son sus enemigos, tan solo el tranway de la Capital le ha tomado de colaborador en la confección de catarros y pulmonías para los habitantes de Buenos Aires.



La Asistencia acoge bajo su ala protectora a cuanto sorbete humano encuentra en la calle y por medio de fricciones y sudoríficos da vida a esos seres congelados para la exportación al otro mundo.
Ya lo saben la mayoría de nuestros atorrantes, y apenas sienten que el frío agarrota sus cuerpos se acercan al vigilante de parada, y con voz triste le piden que llame por teléfono a la Asistencia para que venga a socorrerlo.
En la Asistencia, por otra parte, nunca faltan prendas de abrigo para el exterior y para el interior, capaces de convertirlo en estufa al más polar de los mortales.

La salida del sol se espera en invierno con ansiedad por todo el mundo, pero sobretodo por el pobrerío por ser éste el único calorífico de que pueden disponer tanto más cuanto que ya en esta época de escepticismo, nada inflama, ni las las mismas ideas patrióticas.
Firmado: Goyo Cuello.


Fuente: Caras y caretas 1904 7(304)

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