Uno de los elementos indispensables, más insustituible hoy por hoy en la organización del trabajo en los ingenios de la provincia de Jujuy, es la labor del indio, como quiera que ello parezca una paradoja.
Ningún extranjero resiste a las operaciones del desmonte del terreno, de la plantación de la caña y de su cultivo, como el indio chiriguano y muy pocos de otras tribus del Chaco. Igual cosa se puede decir del indio mataco, por su destreza en el corte y pelada de la caña.
Así lo dicen sin reserva los jefes de industria de esa región. Con ello no quiero decir que los obreros nativos de dicha provincia y de las limítrofes no sean igualmente diestros, no; lo que quiero significar es, que el extranjero es inferior a ellos, por una razón bien explicable, no resiste las altas temperaturas del calor solar, no resiste tampoco a las fiebres palúdicas que constantemente imperan en esa región. Bien pues, sentadas estas observaciones, que no tienen por objeto sino poner de relieve las buenas condiciones del indio para este trabajo, me ocuparé de ellos, en lo relativo a la forma cómo prestan sus servicios y demás hechos que tienen atingencia a su trabajo.
Los dos ingenios de la provincia de Jujuy, La Esperanza y Ledesma, ocupan en tiempo de cosecha de 7.000 a 8.000 indios, de los que son mujeres que trabajan de 1.500 a 2.000. El primero de esos establecimientos tiene en época de zafra 2.500 chiriguanos y 2.500 matacos, de los que 1.000 son mujeres. En Ledesma hay, cuando se hace la molienda, 1.200 indios chiriguanos oriundos de Bolivia y 1.800 indios del Chaco argentino; no tengo el dato si hay o no indias y si trabajan.
Haciéndome eco de lo que se me ha manifestado diré, que el indio chaqueño es, por temperamento, vago e indolente; no así el chiriguano que se manifiesta conscuente y animoso con el trabajo. El primero, no obstante esas cualidades negativas, abandona las selvas cuando van en busca de ellos los mayordomos que envían los mencionados ingenios.
[Fuente: Boletín del Departamento Nacional del Trabajo 1910 (14)]
Ningún extranjero resiste a las operaciones del desmonte del terreno, de la plantación de la caña y de su cultivo, como el indio chiriguano y muy pocos de otras tribus del Chaco. Igual cosa se puede decir del indio mataco, por su destreza en el corte y pelada de la caña.
Así lo dicen sin reserva los jefes de industria de esa región. Con ello no quiero decir que los obreros nativos de dicha provincia y de las limítrofes no sean igualmente diestros, no; lo que quiero significar es, que el extranjero es inferior a ellos, por una razón bien explicable, no resiste las altas temperaturas del calor solar, no resiste tampoco a las fiebres palúdicas que constantemente imperan en esa región. Bien pues, sentadas estas observaciones, que no tienen por objeto sino poner de relieve las buenas condiciones del indio para este trabajo, me ocuparé de ellos, en lo relativo a la forma cómo prestan sus servicios y demás hechos que tienen atingencia a su trabajo.
Los dos ingenios de la provincia de Jujuy, La Esperanza y Ledesma, ocupan en tiempo de cosecha de 7.000 a 8.000 indios, de los que son mujeres que trabajan de 1.500 a 2.000. El primero de esos establecimientos tiene en época de zafra 2.500 chiriguanos y 2.500 matacos, de los que 1.000 son mujeres. En Ledesma hay, cuando se hace la molienda, 1.200 indios chiriguanos oriundos de Bolivia y 1.800 indios del Chaco argentino; no tengo el dato si hay o no indias y si trabajan.
Haciéndome eco de lo que se me ha manifestado diré, que el indio chaqueño es, por temperamento, vago e indolente; no así el chiriguano que se manifiesta conscuente y animoso con el trabajo. El primero, no obstante esas cualidades negativas, abandona las selvas cuando van en busca de ellos los mayordomos que envían los mencionados ingenios.
[Fuente: Boletín del Departamento Nacional del Trabajo 1910 (14)]
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