La historia del descubrimiento de la circulación de la sangre nos lleva a Padua, la Padua de Vesalio y de Santorio. Un muchacho inglés, llamado Guillermo Harvey, después de haberse graduado en la Universidad de Cambridge, fue a estudiar la carrera de medicina a la Universidad de Padua y en 1602 se graduó de doctor en medicina. Fiel a la memoria del gran Vesalio, era ésta la escuela más importante de anatomía.Es posible que, durante su estancia en Padua, leyera Harvey las famosas líneas que escribió Vesalio mientras andaba a la busca de los poros minúsculos, a través de los cuales Galeno había dicho que la sangre azulada y la roja se mezclaban, y que nunca pudo encontrar: "No podemos menos de admirarnos ante las obras del Todopoderosos, gracias a las cuales la sangre pasa del ventrículo derecho al izquierdo a través de pasajes que escapan a la vista de los humanos".Pudiera ser que Vesalio sospechara más de lo que podía deducirse de sus palabras; ero eran aquellos tiempos peligrosos en que ni siquiera se podía sugerir que las teorías de la antigüedad, acerca del mecanismo de los órganos humanos, podían estar equivocadas. Tales teorías se hallaban todavía unidas íntimamente a las creencias religiosas y se podía ir a la hoguera por tratar de revolucionar las creencias oficialmente establecidas.Otro médico, llamado Miguel Servet, o Servetus, un español, menos prudente que Vesalio, publicó su descubrimiento de que la sangre pasaba del lado derecho al izquierdo, no a través de los famosos poros, sino pasando por los pulmones; y no se le ocurrió nada mejor que imprimirlo en un libro en el que trataba de lo que según él eran errores religiosos y, entre los errores que enumeraba, uno era la equivocación de Galeno. Miguel Servet murió en la hoguera en 1553.El descubrimiento de Servet no podía en claro el mecanismo del corazón; esto le estaba reservado a Harvey y, este joven, que acababa de doctorarse, había regresado a Londres donde se dedicaba a la práctica de la medicina.Harvey continuaba sus estudios de anatomía, que había empezado en Padua y su interés principal radicaba en el corazón. ¿Qué significaban sus movimientos? Harvey veía cómo el corazón se movía en peces, tortugas y en ranas y, mientras miraba cómo latía el corazón vivo, se entregaba a toda clase de consideraciones. Algo había en este órgano que difería de las descripciones de Galeno y de Aristóteles. ¿Es que habían ellos observado con el mismo cuidado que él lo hacía? Los dos habían dicho que el corazón se dilataba cuando se le sentía en las costillas, que era cuando el pulso se podía percibir en las arterias y en lugar de ello él veía cómo el corazón se contraía, expeliendo la sangre que contenía, y cómo el latido de las arterias era causado por la sangre que afluía a ellas.Y entonces se hizo la siguiente pregunta: ¿Si el corazón expele la sangre, es que la sangre vuelve al corazón cuando éste deja de contraerse? Era necesario hacer un experimento y Harvey ató una cuerda, alrededor del antebrazo de un hombre, comprimiéndolo lo bastante para que la sangre no pudiera fluir a las venas pero sí a las arterias. Con cada latido del corazón la sangre afluía al brazo y las venas de la mano se distendían y el brazo se hinchaba, mientras que las venas, encima de la cuerda, habían desaparecido. El experimento demostraba, sin lugar a duda, que la sangre fluía del corazón a las arterias pero que no volvía al corazón a través de las mismas, cuando el corazón dejaba de contraerse, sino que iba de las arterias a las venas. Esto era ciencia por medio del método de observación y experimentación, pero no bastaba para dar la respuesta a todas las preguntas que Harvey se hacía.¿Adónde iba la sangre? ¿Y, si el corazón continuaba aspirando sangre, de dónde venía ésta? ¿Sería posible que fuera la misma sangre que aspirada y expelida fuera dando vueltas y más vueltas alrededor del organismo? Medidas y matemáticas darían la respuesta.Harvey calculó que cada vez que el corazón se contraía y expelía la sangre que contenía, dos onzas de ésta afluían a las arterias; el corazón de un hombre en reposo late setenta y dos por minuto, 72 por 2 onzas, igual a 144 onzas por minuto, 540 libras por hora, o sea más de 16 toneladas en 24 horas. Y como era absurdo que el organismo pudiera producir tal cantidad de sangre, la única respuesta a este dilema era que la sangre tenía que circular. El corazón era una bomba aspirante impelente y la sangre circulaba. Harvey había llegado a estas conclusiones en 1618.
[Fuente: Haggard, H. (1941) El médico en la historia]
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