viernes, 14 de mayo de 2010

Ambrosio Paré


En la época de Paré había cuatro medicamentos que inspiraban gran confianza a los médicos; la teriaca, como es natural, era uno de ellos, y luego "momia" pulverizada de Egipto, que curaba las heridas, cuernos de unicornio para descubrir la existencia de venenos en los vinos y una piedra llamada bezoar, como antídoto contra los venenos. Paré escribió demostrando la inutilidad de la "momia" y, como cirujano en jefe consejero del Rey, dijo a Su Majestad que el cuerno de unicornio que el catador echaba en el vino real no tenía el menor valor; y probó que el bezoar no era antídoto contra los venenos. Y ahora vamos a tratar del incidente a propósito de esta piedra que, según la leyenda, era una lágrima cristalizada de ciervo que había sido mordido por una serpiente y que, en realidad, era una concreción, una especie de cálculo biliar, que hallábase en el estómago e intestinos de las cabras y animales similares. En aquel entonces se creía firmemente que en el caso de haber sido envenenado no había más que tragar la tal piedra y ello destruía el efecto que pudiera tener el veneno. Más Paré se hizo la siguiente pregunta: ¿Es que estaban realmente envenenados o sólo lo imaginaban?
El Rey Carlos IX que, entre paréntesis, estaba tan marcado de la viruela que su nariz se hallaba dividida en dos porciones, poseía un bezoar valiosísimo y que él tenía en gran estima; y Paré sugirió que para probar si realmente era o no un antídoto se hiciera el siguiente experimento probar la piedra en un criminal condenado a muerte y a quien se le hubiera previamente administrado veneno. El Rey mandó a buscar a su Preboste y preguntóle si había un preso en tales condiciones; y el Preboste le respondió que había un desgraciado cocinero que había robado dos bandejas de plata de su amo y que de acuerdo con la costumbre cruel de aquellos tiempos iba a ser ahorcado y estrangulado. "El Rey, dice Paré, dijo al Preboste que quería hacer un experimento con una piedra que según se decía era buena contra todo veneno y que quisiera que él le preguntara al cocinero si se avendría a ingerir un cierto veneno y que inmediatamente se le daría el antídoto; a lo cual el cocinero accedió, con la mejor voluntad, diciendo que prefería morir de veneno en la prisión antes que lo ahorcaran a la vista de todos". (De todo lo cual se deduce que el cocinero no compartía la fe del Rey en las virtudes del bezoar)
El prisionero ingirió el veneno y se tragó la piedra; y murió siete horas después. Se le devolvió la piedra al Rey y dícese que éste la tiró al fuego.
[Fuente: Haggard, H. (1941) El médico en la historia]

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