Durante la Edad Media, y durante todos estos siglos, desde que las pandemias continúan, hace su aparición cada veinte o treinta años; todos la conocemos, todos sabemos de la gripe, o influenza, la más leve de las grandes pandemias. La palabra influenza antiguamente, cuando su nombre completo era, influenza celestia, o sea influencia celeste; tales causas han sido varias: tempestades, temblores de tierra, naufragios, guerras, cometas y lluvias de sangre que tenían lugar de vez en cuando y poseían un poder especial de excitar la imaginación popular. Este fenómeno sólo ocurría cuando las estaciones eran muy lluviosas; la comida, la ropa blanca y también las paredes de las casas se llenaban de unas manchitas rojas, parecidas a gotas de sangre y que hoy día, menos propensos a pensar en lo sobrenatural como causa de todo lo insólito, diremos que esas gotas de sangre eran oxidaciones rojas y nada más.Pero estas manchitas, al contrario de lo que sucedía con el fuego de San Antonio, no tenían nada que ver con la enfermedad; la gripe se contagia por medio de un germen, que va del enfermo al sano, cuando aquel tose y estornuda; esto se sabe hoy día pero no se ha hallado todavía la manera de evitar que tal germen se propague y así continuamos teniendo epidemias de gripe.Es la más leve de las pandemias, pero, cuando uno piensa en la última, la del año 1918, cabe la duda de que realmente sea leve. Durante aquel año, en los Estados Unidos solamente, contrajeron la enfermedad cerca de cuarenta millones de personas, de las que murieron aproximadamente trescientas mil.
[Fuente: Haggard, H. (1941) El médico en la historia]
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