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De los grandes peligros que amenazaban la existencia de la raza humana, sólo uno subsistía: las enfermedades, aquellas que se presentaban en forma de grandes epidemias, que casi se extendían por el mundo entero, llamadas pandemias. Una de éstas se llamaba el fuego de San Antonio, nombre que también se daba a la erisipela, pero más comúnmente a una enfermedad cruel que dejaba al paciente tullido y que generalmente era común entre gente pobre. Si sucedía que durante el verano llovía copiosamente, hacía un calor húmedo y el cielo estaba constantemente nublado y la cosecha, en particular la de centeno, del que se hacía el pan negro, era escasa y en las semillas se veían unas manchitas pequeñas como de moho, más tarde, en el otoño, quizás a las puertas de la ciudad no faltaba la aparición de algún desgraciado que, con piernas y brazos ennegrecidos y encogidos, tratara lastimosamente de arrastrarse al monasterio. La gente al verlo huía aterrorizada y solamente se le acercaban, para llevarlo a su monasterio, los frailes de San Antonio, que habían dedicado su vida al cuidado de las infortunadas víctimas de esta enfermedad.
Aquel día la ciudad se sumía en el silencio, hombres y mujeres permanecían dentro de sus casas, los niños no jugaban por las calles y en voz baja se susurraba que el fuego de San Antonio andaba suelto por la tierra.
Rápidamente, en una casa y luego en otra y en otra, un niño, un hombre, una mujer aparecían con la enfermedad y raramente había un hogar que se librara de ella.
Los atacados sentían primero que las piernas y los brazos se les enfriaban gradualmente y que luego les daban unos dolores espantosos en tales extremidades, que finalmente volvíanse completamente negras. Unos morían y otros se curaban, pero de éstos la mayoría había perdido un brazo o una pierna, que habíase secado hasta desprenderse. En algunos casos, dejábalos, esta enfermedad horrible sin piernas y brazos y con sólo el tronco mutilado; no hay, pues, que asombrase de que la gente sintiera tal terror de esta enfermedad.
Pero, ¿cómo podían luchar contra ella? Unos creían que era debida a la humedad, que envenenaba el aire, ya que la teoría de que las enfermedades eran causadas por malos olores y aires malos era entonces muy común, e iba a persistir hasta bien entrado el siglo diecinueve. La enfermedad llamada malaria, muy corriente en Italia y que se iba extendiendo hacia el oeste de Europa, debe su nombre a las palabras mala aria, o sea mal aire. Otros creían que las enfermedades epidémicas eran causadas por eclipses, lluvias de estrellas y temblores de tierra y, otros aún, las atribuían a la cólera de Dios ante los pecados de los hombres, mientras que había quienes estaban convencidos de que los judíos habían envenenados los pozos. En el año 1161, se condenó a la hoguera a los médicos judíos de la ciudad de Praga, acusados de este crimen.
[Haggard, H. (1941) El médico en la historia]
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