sábado, 24 de abril de 2010

La medicina en la Edad Media

Se imponían en el estudio de la medicina ciertas limitaciones singulares; se podía estudiar a Plinio y a Dioscórides, a Galeno y Avicena, pero sin poner en duda la sabiduría de estos hombres, que ya habían hallado la solución a todos los problemas de orden médico. No había nada nuevo que investigar ni nuevos hechos que descubrir y, en tales condiciones, no se podía esperar que la ciencia médica hiciera grandes progresos.
La tarea del erudito medieval no consistía en añadir descubrimientos nuevos a los que llevaran a cabo sus superiores, sino en codificar y sistematizar lo que éstos habían dicho. Y con la ayuda de un aprendizaje complicado, en materias de lógica, se imaginaba toda clase de supercherías para poner de acuerdo a las autoridades y explicar sus contradicciones. Galeno había dicho una cosa y Aristóteles parecía haber dicho lo contrario, mientras que Plinio tenía un tercer punto de vista, Avicena quizás un cuarto y los escritos de un padre la iglesia daban lugar a un quinto. Para reconciliar tanta diversidad de criterios, el profesor de lógica, el dialéctico medieval, empezaba con una proposición general, algo así como: "La plaga es un acto de Dios". Mencionaba luego lo que cada una de las autoridades en la materia habían dicho: uno, que había visto aparecer la plaga después de temblores de tierra; otro, que la atribuía al aire envenenado, a causa de los gases de los volcanes; éste, que era una penitencia, como a Job, había sido enviada para tormento de la carne mortal; aquél, que había visto cómo se propagaba de hombre a hombre, en un ejército, sin atacar a los habitantes de una isla situada a poca distancia; y así por el estilo. Finalmente, después de haber citado a todas las eminencias, el erudito llegaba a la parte más importante de su disertación, o sea la discusión. Minuciosamente escrutaba y pesaba cada palabra, cada punto de vista de las autoridades. Y finalmente resultaba que, una tras otra, las autoridades competentes habían justificado la proposición general.
[Fuente: Haggard, H. (1941) El médico en la historia]

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